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A reading woman

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  • Foto del escritorMelina Márquez

Sobre Sofia Tolstaia y el análisis de la culpa

Sofia Tolstaia fue una escritora, traductora, fotógrafa y transcriptora de obras que hoy forman parte del canon mundial de la literatura. ¿De quién eran las obras que transcribía? De su marido. ¿Quién era su marido? Hoy no voy a hablar de él, es ella la protagonista.




¿De quién es la culpa? es el título de la novela de Sofia Tolstaia escrita entre 1892 y 1893, pero que no vería la luz hasta 1994 en una revista rusa. En español ha llegado a nosotros el pasado 2019 en la traducción de Marta Rebón para Editorial Xordica, con epílogo de la traductora y de Ferran Mateo.


Matrimonio espiritual


La protagonista es Anna, una joven encantadora y creativa que lee sin parar y busca enamorarse de un espíritu que sea capaz de ver su alma. Tras rechazar a un primer pretendiente, se enamorará (o eso creerá al principio) del príncipe Prózorski, intelectual y mayor que ella que enseguida advierte los encantos de la joven y quiere desposarla. Anna aceptará la propuesta de matrimonio aún confundida y emprenderá su viaje de esposa. Ya en el carruaje, tras la boda, de camino a su luna de miel, la joven Anna descubrirá las conexiones matrimoniales que el príncipe anhela, oscureciendo la visión casta y pura que ella misma tenía de ese amor hasta ahora. El proceso interno de la joven princesa la llevará a analizar hasta la saciedad la necesidad de aceptar los encuentros carnales que el príncipe exige, mientras ella continúa agarrándose a la conexión de sus almas.


«Se ejerció violencia sobre una niña; ella no estaba preparada para el matrimonio; la pasión femenina que había emergido en ella momentáneamente por los celos se sosegó de nuevo, aplastada por la vergüenza y la resistencia al amor carnal del príncipe».

La novela es autobiográfica. La joven Anna, al igual que la joven Sofia, se casan apenas adolescentes con hombres que les superan en edad más de cinco lustros. La experiencias amorosas y carnales pasadas del príncipe atormentarán a Anna al principio de su relación. Al fin y al cabo, ella era una niña cuando se casó y era su pureza lo que el príncipe ansiaba precisamente. Durante la novela, se asiste a muchas reflexiones de la joven sobre sus aspiraciones, sus ganas de mantener su creatividad, su pasión por la literatura; sin embargo, antes de ni siquiera darse cuenta, ya es esposa y madre, sin apenas espacio para ella misma y sus pasiones. Además, el príncipe empezará a aburrirse, y los problemas en el matrimonio comenzarán a ser habituales.


«Solo una persona falta, y el mundo entero parece despoblado»


Con este verso del poeta francés Lamartine, Anna podrá finalmente comprender esa unión espiritual que siempre buscó con su marido y que, muy a su pesar, encontrará en otro hombre. Esta relación de almas siempre será pura, su fidelidad a sus hijos y a su marido estará por encima de todo. Sin embargo, el príncipe, celoso de los encantos y la belleza de su mujer, reprochará a su esposa su desfachatez por creer que puede tener relaciones amistosas con un hombre. Evidentemente, él nunca entenderá el amor puro que Anna sentirá por su amigo Bejmétev, el príncipe lo verá todo a través del filtro carnal que a él le ciega al mirar a su joven esposa.


«... en el fondo de su corazón ardía una chispa de felicidad genuina, la chispa del amor que Bejmétev sentía por ella, algo que ella intuía y que iluminaba toda su vida desde dentro».

Anna entrará en crisis y huirá de la presencia de Bejmétev ante el miedo de que también este busque los placeres carnales. Su visión del amor se tambaleará por un momento, hasta que él le demuestre que su unión espiritual es el amor puro que busca en ella. Una amistad entre un hombre y una mujer en la Rusia de finales del siglo XIX. Quizá no una relación común entre una mujer casada y un hombre divorciado. Quizá un estereotipo del que ni siquiera hoy en día nos hemos librado del todo, cuando la amistad a veces se mira con un filtro similar al del príncipe Prózorski.


¿De quién es la culpa?


Los celos del príncipe, como es de esperar, se volverán enfermizos y violentos. Anna deberá justificar cada acto y ausencia, y ante sus desaires o negativas, el príncipe estallará en cólera insultándola y persiguiéndola con sus sospechas. Por un momento, durante la lectura, Anna se convierte en la Desdémona de Otelo, su pureza y castidad, entendida por todos, es invisible para su marido. La ira de este no tendrá límites. Tras el último encuentro de Anna con su amigo moribundo Bejmétev, el príncipe pasará de la amenaza al acto, usando la violencia física en un último encuentro final.


«Cada vez se sentía más lejos de quien había destruido el mejor lado de su yo, y se sintió aterrada de pensarlo».

Será demasiado tarde cuando el príncipe entienda y comprenda la unión espiritual que Anna siempre quiso obtener de su matrimonio con él. La conexión de almas solo pudo ser real cuando ya no hubo cuerpo que adorar.


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