Hace poco una persona me preguntó: «¿cómo eliges un libro?» Mi primera reacción fue: No entiendo. Mi cerebro no pudo asimilar al principio que hay personas que leen mucho pero no por el placer de leer. Este era el caso de mi conocida. Me volvió a preguntar: «Cuando estás en una librería, ¿cómo eliges el libro que sabes que te va a gustar? Nunca lo he hecho, leo muchos artículos de investigación e información pero no tengo el hábito de leer por el hecho de leer.» Mientras mi cerebro seguía procesando que, efectivamente, no todas las personas (aunque yo quiera creerlo) saben lo que es disfrutar, reír, llorar, enfadarse, reflexionar, en definitiva, engancharse a una vida ficticia, desaparecer durante horas entre las páginas de un libro, seguí dándole vueltas. Para mí elegir un libro es un proceso tan diferente dependiendo de la ocasión. No es lo mismo entrar en una librería sabiendo lo que se quiere que entrar en ella y dejarse convencer por las estrategias de marketing y, en ocasiones más románticas, por el librero o librera que seguro tienen algo maravilloso que ofrecerte. Porque comprar un libro, elegir ese objeto que va a acompañarte durante horas, durante un viaje, durante los trayectos del metro, ese volumen que estará en tu mochila esperando para ser leído cuando lo necesites, es una decisión importante.
Quien no arriesga no gana
No pretendo hacer un decálogo de cómo elegir un buen libro porque no es una ciencia exacta ni mucho menos, más bien, es una aventura arriesgada que en muchas ocasiones sale bien. Lo primero que nos vamos a encontrar en una librería es la incalculable cantidad de colores, títulos y diseños atractivos que las cubiertas ofrecen. El físico es importante y si la cubierta es llamativa, el libro conseguirá que al menos lo levantes para ver de qué se trata. Una vez lo tengas en las manos el acto involuntario que se va a producir es la observación del objeto. Inconscientemente el peso ya lo tienes al haberlo cogido de su sitio, no es lo mismo un libro ligero que uno muy pesado, no solo si pretendes llevarlo contigo durante un largo periodo de tiempo sino porque seguramente la calidad del papel y, consecuentemente, el precio se verán influenciados.
Tenemos el peso y la portada, es hora de darle la vuelta. Ahora, excepto famosas excepciones como la edición de El guardián entre el centeno de J.D. Salinger, la contracubierta nos ofrecerá la sinopsis de lo que contiene el volumen. Además, dependiendo de la editorial, aparecerán varias o demasiadas críticas de periódicos o revistas especializadas con la intención de que la palabra de los expertos termine por convencer al futuro lector. Y con este proceso de elevación, lectura y valoración quizás se encuentre lo que se busca. Está claro que la operación se va a repetir numerosas ocasiones hasta que el elegido pase a ser de nuestra propiedad.
Pero, ¿y si se trata de un libro traducido?
El proceso de selección descrito antes se aplicaría a novelas, ensayos, en resumen, a volúmenes escritos originariamente en nuestra lengua madre. Sin embargo, la mayoría de la literatura y de las obras que se pueden encontrar en una librería son traducciones. ¿Qué hacer entonces? En estos casos, el proceso se vuelve más estricto. La cubierta, la contracubierta, el peso, incluso el olor del papel, cumplen la misma función. Pero ahora hay que prestar mucha atención e investigar un poco más. Como premisas para elegir una buena traducción, uno de los datos importantes es comprobar el año de esta. Puede tratarse de una edición nueva que reutiliza una traducción muy antigua y esto puede influir mucho en el disfrute de nuestra lectura. No hay traducción mala pero la traducción, al igual que la sociedad, ha evolucionado y las normas han cambiado, por lo que ciertos fenómenos de una traducción de los años 80', créanme, va a hacer que la lectura de un volumen chirríe en más de una ocasión.
Una vez tengamos la fecha comprobada, busca al traductor o a la traductora. Hasta hace muy poco esta información solo se podía encontrar en el interior (si es que se encontraba), especificado en la misma sección donde se encuentra el año, información sobre el copyright, lugar de impresión, diseñador o diseñadora de la cubierta y, en felices ocasiones, el nombre del corrector o correctora. Ahora, también como parte de esta evolución, muchas editoriales incluyen el nombre del traductor o traductora en la cubierta, una bonita apreciación del verdadero trabajo que supone traducir un volumen.
He de confesar que si el traductor o traductora aparecen en la portada, la edición me da más confianza. Quizás es una confianza inducida por mi profesión pero los editores que valoran y recompensan públicamente la labor de los traductores y traductoras me lleva a pensar que el volumen publicado ha sido editado y preparado con mucho más cariño. Otra razón más para comprar esa edición traducida.
¿Y quién es el traductor o la traductora?
Si no sois del mundo de la traducción, leer el nombre del traductor o de la traductora os dejará bastante indiferentes. Sin embargo, habrá ocasiones en las que os sorprenderá leer el nombre de una escritora famosa como la salmantina Carmen Martín Gaite como traductora de Virginia Woolf, o el nombre del poeta Pedro Salinas de la Generación del 27 como traductor de Marcel Proust. En otros países, otro ejemplo sería el escritor y poeta Cesare Pavese que tradujo, entre otras muchas obras, la obra maestra de Melville Moby Dick. No obstante, se trata de casos excepcionales y, en la mayoría de las ocasiones, el nombre del traductor o traductora no os dirá nada.
La invisibilidad que acompaña siempre a esta figura es su bendición y su condena. En el texto es obligatorio que su presencia brille por su ausencia, mientras que a efectos prácticos, como algunas editoriales independientes ya están haciendo, véase Altamarea Ediciones, Impedimenta o Editorial Contraseña, entre otras, la valorización pública de la labor del traductor o de la traductora es más que visible.
Este proceso de selección de un futuro libro puede ser válido o no, también déjate aconsejar por amigos y, sobre todo, por tu librero o librera de confianza. Una conversación en una librería no tiene precio. #TodoEmpiezaEnUnaLibrería
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