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A reading woman

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  • Foto del escritorMelina Márquez

Cafeterías, pubs y otros lugares literarios

Leer entre la gente


No pretendo contaros aquí los famosos bares o cafeterías, los espacios populares que la literatura ha hecho aún más reconocidos. No, en realidad, pretendo hablar de los espacios reales, no imaginarios o ficcionados, de esos lugares que la gente elige para establecer su bastión literario. Es más que habitual ver hoy en día (antigua normalidad) las cafeterías llenas de gente obnubilada con las pantallas de sus ordenadores, sus tabletas o, en mayor número, con las pequeña pantalla de sus smartphones. Sin embargo, una servidora busca otro tipo de usuarios, aquellos que en una cafetería ruidosa, en un pub lleno de vapores cerveceros o en un parque invadido por perros que ladran, sacan su libro y leen.


Lo reconozco, no puedo evitar (lo más disimuladamente que mis maneras torpes me permiten) intentar vislumbrar el título de su lectura. Claramente este gesto solo es posible cuando la persona en cuestión no ha abandonado el romántico libro en papel. Si fuera de otra forma, es decir, si la persona en cuestión tuviera uno de esos aparatos que dicen albergar miles de libros, mi instinto sería el de alejarme llena de incomprensión (no puedo evitarlo, un documento electrónico sin tacto, sin peso, sin olor a nuevo o a viejo, en definitiva, sin alma, no capta mi atención).


Cazadores de libros y lugares


Pero volvamos a la cafetería/pub/parque donde un susodicho o susodicha sostiene un volumen entre sus manos. Muchos se preguntarán: «¿para qué van a leer a un espacio público?», «¿no les molesta el ruido?», «¿qué pretenden, parecer intelectuales?». Aunque estos lectores podrían protagonizar una bonita fotografía de instagram donde el humo del café forma una onda perfecta mientras con las gafas ligeramente más bajas pasan la página de un libro con una portada que, a su vez, representa la misma escena. Déjenme decirles que el lector cazador de lugares no tiene ni tendrá jamás esa finalidad. Leer en un espacio público es una experiencia sconvolgente (que dirían mis amigos italianos), esto es, sobrecogedora. Quien lo haya experimentado, lo sabe.



Porque ser conscientes de estar en un espacio público solo durante los primeros minutos hasta que unas garras te arrancan de tu mundo, las personas de tu alrededor se convierten en sombras, tus oídos no escuchan más que tus propias palabras narrando lo que lees y, de repente, viajas hasta un lugar mucho más lejano que ese café hipster, que ese pub irlandés y que ese parque lleno de perros, no tiene precio. Una ablución, una epifanía eleva a esa persona mientras el resto de la gente, ahora sombras, ni siquiera es consciente de ello.


'Habitaciones compartidas'


Pero, ¿por qué esa necesidad de compartir un espacio para evadirse? Porque la lectura es una actividad individual que desea ser compartida. Esa generosidad de los lectores y de los libros no solo ha dado pie a grupos de lectura, blogs literarios, foros de opinión, charlas interminables con una copa de vino; no, la necesidad de compartir va más allá, porque si otro lector - cazador de lugares - entra en ese café, en ese pub o en ese parque, comprenderá que el susodicho o susodicha no está presente. Ese otro lector o lectora disimuladamente entornará los ojos para leer el título del libro que el susodicho o susodicha sostiene entre sus manos y, ahí, amigos y amigas, ahí se cumple de nuevo la generosidad de la lectura. En ese entornar los ojos, la actividad individual y sobrecogedora se ha transmitido al siguiente lector que, quizás con el mismo título o con otro, quiera compartir su espacio con desconocidos que entiendan la importancia de los lugares literarios.



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