Pensando en la celebración del Día del Libro que, tras los últimos acontecimientos, ha hecho que se celebre mañana 23 de julio y no en la fecha que todos conocemos, empecé a reflexionar sobre lo increíble que es dedicar un día a un objeto tan preciado y dispar. La categoría 'libro' puede hacer referencia a muchos tipos de objetos, grandes o pequeños, voluminosos o menudos, antiguos o nuevos, de teoría o de ficción, en una lengua o en otra, con faja o sin faja, en tapa dura o en bolsillo, con ilustraciones o sin ellas, de consulta o de mesilla de noche, incunables o digitales; y así, la lista se alarga para poder abarcar todas las categorías que lo pueden acompañar.
Pero no solo es el día del objeto, es el día del sujeto. El sujeto 'lector o lectora' que da vida al objeto 'libro' y que, además, mañana podrá disfrutar de descuentos y otras ventajas que nunca vienen mal al bolsillo de los consumidores de tan preciado producto. Siempre que pienso en libros, me pregunto ¿cómo nace el amor hacia ellos? ¿en qué momento la biblioteca se convierte en templo de adoración y la librería en tienda de chucherías? Porque, digo yo, esta pasión por los libros y por leerlos vendrá desde muy lejos, no creo que mi adicción por estos manjares de la intelectualidad se estableciera en mis años universitarios o posteriores. Y entre estas reflexiones, de pronto, me acordé de una imagen, la imagen de una película en la que un niño con gafas llega a una biblioteca majestuosa en mitad de la noche con una gran tormenta y una magia se libera. El siguiente fotograma que recuerdo era ese mismo niño convertido en dibujo animado y rodeado de libros voladores y parlantes que representan muy bien sus tramas.
La culpa fue de Macaulay Culkin
Investigando un poco y, quizás muchos ya sabéis de qué película se trata, llegué al título 'El guardián de las palabras' (The Pagemaster), un largometraje de 1994 con el entonces niño prodigio Macaulay Culkin. Quizás no es la mejor película del mundo y si la viera ahora encontraría pegas y las críticas brotarían de mi cerebro casi inconscientemente. Pero durante mucho tiempo, desde que la viera por primera vez con unos seis años, la imagen del niño en la biblioteca rodeado de magia siempre ha estado ahí. Por lo tanto, la asociación del objeto 'libro' con la 'magia' en la mente de mi yo niña tuvo su principio en una película infantil.
Sin embargo, indagando e indagando en mi memoria, encontré otras fotografías, ya no de películas, sino de escenas cotidianas en casa donde veía a mi madre sentada quizás 'por primera vez en todo el día' cogiendo su novela de Agatha Christie y desapareciendo - no físicamente - del salón. Novelas y novelas que cambiaban cada poco tiempo pero siempre ella, la dama inglesa, como la pluma predilecta de mi madre. Una pluma que en mi adolescencia soberbia y arrogante tildé de repetitiva e, incluso, me atreví a desafiar a todos con mis aptitudes detectivescas afirmando que sabría quién era el asesino de cualquiera de sus obras mucho antes de terminarlas. (Ni os cuento cuántas veces me equivoqué)
Nuestra propia historia literaria
A partir de ahí, más escenas con libros se suceden, con libros gigantescos que casi ni podía sostener pero cuya portada prometía ofrecerme un cuento para cada día del año; la emoción infantil al cambiar de color en las colecciones del Barco de Vapor cuando cumplías años; regalos con libros que no habías pedido ni te esperabas pero que acababan gustándote porque quien lo hizo sabía bien lo que hacía; y así, de ahí, poco a poco, mi memoria se pasa a la imagen de mi propia biblioteca engordando, volúmenes y volúmenes con los que se podría escribir toda mi historia. Entre aficiones pasajeras, autores adictivos, ediciones capricho, momentos poéticos y también teatreros se puede resumir quién he sido, quién soy y, seguramente, a medida que esa biblioteca siga aumentando, todos esos objetos seguirán, a su manera, contando mi historia. Porque no solo la trama de cada libro ni tampoco la historia de cómo llegó a nuestra librería son las historias que estos objetos narran, sino que la imagen de todos ellos en la librería ofrece un lienzo de títulos y nombres que desvelan, si se saben leer, nuestra propia historia literaria.
¡Feliz Día del Libro del 23 de Julio de 2020!
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